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Si una noche de verano

Si una noche de verano

En el sopor de un día de verano quería escribir sobre algo banal y pensé en el mes de agosto.

Agosto suele llamarse “el mes sin noticias” al ser ese oasis de 31 días donde se estaciona el letargo veraniego como un anticiclón. En agosto, el ralentí de uno es el ralentí del mundo. Si uno desconectara el teléfono el día 1 de agosto y despareciera del plano de existencia que constituye el día a día solo para volver 31 días después, da la sensación de que el mundo seguiría igual, sin haber descolocado una coma o un átomo, esperando, esperándole a uno. Y, sin embargo, el mundo nunca ha sido el mismo tras el paso de agosto.

En agosto del 79[1] el Vesubio entró en erupción, despertando y sepultando a Pompeya, Herculano y Estabia, y en el del 410 los visigodos saquearon una Roma somnolienta. En agosto de 1588 la llamada Armada Invencible se durmió al timón de su propia historia. Un 3 de agosto Cristóbal Colón zarpó desde Palos de la Frontera, y tal vez nos gustaría creer que lo hizo sin saber que su sueño de despertar en la gloria sumiría en una pesadilla a un continente. Más recientemente, en agosto de 1914, Alemania invadió Bélgica y el Reino Unido le declaró la guerra al estado germano. El 6 de agosto la bomba nuclear de Uranio-235 bautizada eufemísticamente como “Little Boy” fue el desgarrador Vesubio que cayó en Hiroshima y tres días después su hermano mayor “Fat Man”, alimentado él con Plutonio-239, lo haría sobre Nagasaki. Un 13 de agosto de 1961 la ciudad de Berlín amaneció con un muro dividiéndola.

El 1 de agosto de 1944 Anne Frank escribió por última vez en su diario.

En agosto del 2005 perdimos a Plutón como planeta, en el del 1977 a Elvis como cometa, en el del 62 a Marilyn Monroe como estrella, en el del 30 a.C. a Cleopatra como constelación fuente de leyendas. Y otra leyenda, la macabra de Jack el destripador, nació también en este mes, cuando se cobró su primera víctima entre la niebla londinense de 1888.

Pero en agosto ganamos a Luis Armstrong, a Alexander Fleming, a Mata Hari, a Cecil B. DeMille y a Alfred Hitchcock. Pero no solo a ellos. Posiblemente agosto es el mes más literario, en el que un mayor número de futuros escritores parpadearon por primera vez. Muchos de ellos no venían solos y les acompañaban varias criaturas fantásticas escondidas en algún pliegue de su subconsciente: Herman Melville y su ballena, Alfred Lord Tennyson y sus devoradores de lotos, Goethe y su diablo, Mary Shelley y su creación a la que mal llamamos monstruo, Walter Scott y su héroe medieval Ivanhoe, Julio Cortázar y su maga, H. P. Lovecraft y los seres que poblaron sus Mitos de Cthulhu, Edgar Lee Masters y las almas de Spoon River, Charles Bukowski y su propio reflejo ante el espejo, Jorge Luís Borges y todos nosotros perdidos en su biblioteca infinita. Otros partieron en agosto pero, en realidad, nunca se fueron.

Agosto no siempre fue agosto. Sextilis era su nombre, por ser el sexto mes en un calendario romano compuesto por diez meses. Enero y febrero fueron añadidos por Julio César para sumar los doce actuales, y septiembre, octubre, noviembre y diciembre se quedaron con sus nombres desencajados de su posición, tal vez sufriendo una crisis de identidad. Sextilis fue rebautizado en honor del emperador Augusto, quien en realidad era el emperador Octavio, con lo que puede que agosto también sufra de una crisis de identidad propia, aunque no matemática.

Agosto de 2022. Este año, el mes en el que nunca sucede nada ha cumplido su promesa de no dejar al mundo indemne, como el paso de un huracán que siempre se anuncia silencioso.

El 12 de agosto Salman Rushdie fue apuñalado una y otra y otra y otra vez. No puedo imaginar el peso de la losa que supone llevar durante treinta años una sentencia de muerte valorada en tres millones de dólares. No quiero imaginar lo que supone estar en un escenario siendo masacrado. El horror, el horror, el horror. Tampoco soy capaz de imaginar aún las consecuencias de la división cultural, religiosa y política que evidencia y supone este ataque. En agosto, el mundo era uno cuando Rushdie subió al escenario y otro cuando fue evacuado de él desangrándose. 

Este agosto también es el mes en que el futuro se hace presente. Este agosto tendrá que ser recordado como el despertador que nos hizo despertar en la realidad, cuando el mañana tal vez lejano pero augurado se reveló como el hoy asentado que no habíamos querido ver y el ayer como un sueño de verano, de cuando el verano era un sueño. Sucede de este a oeste, aunque pensemos que solo nosotros estamos en el centro de este agosto. Este mes de agosto China ha empezado a bombardear el cielo con plata para que llueva; su ola de calor lleva 64 días arreciando en el momento de escribir estas líneas. En el oeste de Estados Unidos, la necesidad de los recortes de agua antecede a la espera de los grandes incendios.

Cierto es que ya habíamos vivido sequías, incendios y tormentas al caer en agosto, caos en los aeropuertos y apagones eléctricos por el esfuerzo de los aires acondicionados intentando enfriar las estancias de este mes octaviano y soplando aire caliente en las calles veraniegas. Y sin embargo la crisis climática, la crisis energética, la crisis bélica y la crisis de confianza en el día de mañana, el lecho seco de los ríos y los árboles en llamas de los bosques, todo ello ha logrado concienciarnos al fin de que el augurio de una crisis ulterior es, tras el paso de este agosto, el orden natural de las cosas.

El mundo nunca es el mismo tras el paso de agosto.

En el sopor de un día de verano, quería escribir sobre algo banal y pensé en el mes de agosto. Ahora, tras su paso, pienso en la urgencia de dejar de escribir sobre lo banal.

Septiembre ya está aquí.


[1] El 24 de agosto del 79 es la fecha que tradicionalmente se ha dado para la erupción del monte Vesubio, aunque recientes hallazgos la datan sobre el 24 de octubre.


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