¡Devuelvan los libros!

En el último podcast Punto de libro nos explicaba Jofre los problemas que tuvo la publicación del Ulyses de Joyce. Fue acusado de obsceno, prohibido y distribuido de forma pirata y clandestina. Llama la atención como un libro que fue a juicio por pornográfico ha pasado a convertirse en una vaca sagrada inaccesible.

Suele pasar. Cuando muere alguna figura de las artes, las necrológicas nos muestran al personaje en su senectud, con aspecto de persona venerable. Yo, por el contrario, opino que esas fotos nos ofrecen una imagen falsa, distorsionada. Me gusta más el Manuel de Falla joven de melena negra y mirada pícara que el viejito calvo y con gafas que miraba adusto en los billetes de cien pesetas.

Los libros que conforman el canon de la literatura también fueron jóvenes. Rompieron con la tradición establecida. Eran rebeldes e incomprendidos. Se les acusó de inmorales, de oscuros, de ser basura. Fueron leídos con pasmo y con pasión. Se rieron de toda la tradición anterior y se atrevieron a  ir más allá, creando nuevos espacios para los lectores. No eran ancianos venerables, sino jóvenes gamberros iconoclastas.

Entonces, llegaron los académicos. Como forenses exquisitos, diseccionaron la belleza de estas obras maestras. Analizaron, catalogaron, etiquetaron. Los pusieron en contexto. Los vistieron de erudición pomposa, los encerraron en el altar de la literatura y oficiaron de sacerdotes de un culto restringido sólo a unos pocos.

Un libro no es bueno por su uso de la sinécdoque o por utilizar un narrador intradiegético. Es bueno porque al leerlo nos cuenta pedazos de nuestra propia historia, aunque se haya escrito hace 4000 años. Porque nos explica que en la vida del más normal de los mortales hay la misma épica que en la de un héroe de Troya. Porque dos adolescentes enamorados son iguales en Instagram y en Verona. Porque nos enseñan que las causas perdidas son, muchas veces, las únicas por las que merece la pena luchar.

Los libros no quieren estar en ese altar. Por eso a veces se disfrazan, salen a escondidas de paseo y los podemos ver en películas, series, tebeos o incluso videojuegos. Si se dan cuenta de que los hemos reconocido nos guiñan un ojo mientras nos piden silencio. Quieren seguir divirtiéndose porque son eternamente jóvenes.

Así que, por favor, devuelvan los libros. Se los hemos prestado para que puedan celebrar sus congresos y darse palmaditas en la espalda. Para que escriban libros aburridisimos que serán leídos sólo dentro de su cofradía.

Pero no se equivoquen, siguen siendo nuestros. De los lectores.


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